domingo, 6 de junio de 2010

Hablamos muchos, pero no siempre entendemos el valor de las palabras.
Una palabra puede ser más potente que una lluvia de misiles, porque una palabra dicha, o no dicha, gritada o susurrada puede desatar una revolución.
Uno no se da cuenta de todo lo que tiene para decir hasta que empieza a decirlo. Las palabras están ahí, atrapadas en tu cabeza, quieren salir, quieren ser dichas, quieren ser gritadas.
Cuando alguien me discute a full le termino dando la razón. Cuando siento miedo me burlo de los cobardes. Cuando estoy furioso con alguien le dio “nah, está todo bien”. Para eso sirven las palabras, para
ocultar lo que sentís.
Uno cree que las palabras dan respuestas, pero dan algo más poderoso:
preguntas.
Decir algo es muy potente, pero más potente aun es
no decirlo. Porque el silencio también tiene palabras, pero son palabras guardadas, elegidas, que esperan pacientes el momento de ser reveladas.
A veces solo hace falta abrir la boca para que se desate un
huracán.
Pero las palabras cuando llegan te
despiertan.
Las palabras pueden distraer, engañar.
Las palabras son
pensamientos que se convierten en acción.
Actuar es mi palabra favorita, porque no se dice, se
hace.
Las palabras están ahí, vírgenes, listas para ser usadas.
Las palabras
provocan, inquietan, movilizan. ¿De quién son las palabras que decimos? ¿A quién pertenecen? ¿A uno, a varios o a todos?
¿De qué sirven las palabras si uno las dice y nadie del otro lado
las recibe?
¿Qué
valor tiene una palabra si nadie la escucha?
Sin palabras no hay silencios.
Y sin silencios
no hay palabras.
Muchas veces no sabemos por que
callamos, y muchas más no sabemos por qué hablamos.
Estamos en silencio, guardándonos las palabras hasta que algo, alguien nos hace hablar.
Hay tantas
palabras.
Y sin embargo muchas veces nos quedamos
mudos, sin saber que palabra usar.
Dicen que una
imagen vale más que mil palabras, pero cuando una palabra tiene valor puede contener mil imágenes.
Pero no hay tal crisis, la palabra vale. ¿Acaso hay una expresión que sea más hermosa, llena de sentido y amor que “te doy mi palabra”?
Te doy mi palabra es un acto de entrega, de amor, de confianza, es más que una expresión de deseo, es un compromiso de vida, es un acto de fe. Porque cuando todo perdió valor la palabra puede rescatarnos.
Vivimos viendo sin ver. ¿Por qué nos cuesta tanto ver de verdad? Ver lo que es tan evidente. Somos curiosos, queremos ver, ver todo ¿Pero estamos preparados para ver de verdad lo que hay para ver?
Todo lo que tenemos que ver está ahí, siempre está ahí a la vista, lo importante nunca está oculto, solo se trata de querer verlo.
Cuando queremos podemos ver con los ojos, con la nuca, con el alma, ver hasta lo invisible.
Ver, verte, verme ¿podes verme, puedo verte? Estoy acá, estás ahí, si queres podes verme, solo tenes que querer. Estás vivo y solo debes despertar ¿Podes? ¿Queres?

Aveces vas por la vida creyendo que estás despierto, y de pronto pasa algo inesperado, algo que te sacude, algo que te despierta. ¿Hay algo capaz de despertarnos del sueño más profundo, que es dormir despiertos?. Es paradógico, pero creo que no hay mejor despertador... que un sueño.
Cuando sos chico, tenés algo muy claro, tu juguete preferido, es tuyo. Si ves que alguien lo quiere, sin dudarlo decís, es mío. Defendes con uñas y dientes lo tuyo, tu juguete, tu lugar, tu novio, pero siempre aparece alguien que viene a disputartelo. Puede ser una persona o incluso el recuerdo de otra persona, donde había dos ahora hay tres, y ya estás en una competencia.
La competencia tiene mala prensa, creemos que ser competitivo es un defecto, nunca una virtud, ¿Pero no es cuándo no tenemos competencia cuando dejamos de crecer?.
El problema de la competencia -creo yo- es la falsa creencia de que para que alguien gane, otro tiene que perder, para que alguien exista, otro tiene que desaparecer.
Olvidarte que nada es tuyo y que todo lo podés perder, te puede dormir... se necesita un buen sueño para despertarse.
Se necesita un buen competidor para mantenerse despiertos, y crecer. Y no hace falta que otro pierda, la verdadera competencia es cuando todos de alguna manera ganan algo, no hay garantía de que el sueño vaya a cumplirse, eso te hace esforzarte para ser mejor, para que elegirse sea de cada día. De lo que sí hay garantía... es que si aspiras a ser mejor, no hay manera de que no lo seas.
Solo llora quien se ahoga en recuerdos leí en un libro, llorar es un defecto, una debilidad. ¿Entonces por qué lloro? ¿En qué recuerdos me estoy ahogando?
Siento que lloro por recuerdos que no recuerdo, como si hubiera un mundo que alguna vez fue mi mundo.
A veces escucho una palabra, o veo una cara y tengo una sensación rara, como si esa cara o es palabra me llevaran a otro lugar, a otro tiempo.
Es como si en mi alma hubiera un gran muro que encierra otro mundo, otra historia por descubrir, y eso me da miedo. Me da miedo abrir esa compuerta, me da miedo lo que pueda encontrar del otro lado del muro.
Los recuerdos no se pueden matar, ni tampoco esconder, solo se pueden olvidar. ¿Pero cómo olvidarme de algo que ni siquiera recuerdo?
Eso siento, como si me hubiera olvidado de quien soy realmente, como si viviera en una mentira, como si no fuera quien creo que soy.
Uno anda feliz por la vida creyendo saber quién es, y de pronto una llave, una simple llave te abre la puerta a un mundo desconocido.
Solo sabiendo quien fuiste podes saber quién sos. ¿Es posible que uno haya sido alguien distinto sin recordarlo? ¿Es posible ser alguien distinto al que crees que sos?
Los recuerdos son como la historia, la escriben los que ganan ¿Qué recuerdos ganaron en mi historia? ¿¿Quién escribió mi historia?
Es muy importante saber quién sos. Y yo sé muy bien quien soy, una chica feliz.~