domingo, 9 de octubre de 2011


Napoleón practicaba esgrima, también Shakespeare, Marxs, Grace Kelly, El Cid se convirtió en leyenda con su espada. Llena de romanticismo, aventura, pasión, la espada fue protagonista de historias fascinantes. Historias de odio, de venganza, de muerte. La espada fue protagonista de historias de amor, de grandes aventuras, siempre me atrajo ese espíritu heroico. La heroína que lucha no solo por quedarse con el héroe el final de la historia, sino que lucha por algo más, por ser parte de una gran hazaña. Pintas, pases, libramientos y batimientos, una puja por tomar el mando. Establecer la distancia justa, golpe recto, fondo y vuelta en guardia, tocar al adversario. En esgrima la clave es conquistar el espacio, ponerse en guardia. Todas estas historias de aventuras, de duelos de amor y de honor tratan de lo mismo, luchas por lo que uno ama a capa y espada. Un buen esgrimista no es el más diestro sino el que logra vencer sus miedos. Lo que guía al esgrimista es su fuerza interior, es su modo de vida, siempre se trata de dar la estocada perfecta sin vacilar, la vida siempre está en juego y no hay tiempo para vacilar, o estas en guardia o morís. Para ganar el esgrimista puede usar su propia fuerza o la debilidad del otro. El esgrimista que usa su propia fuerza es noble, el que usa la debilidad del otro es un canalla. La mejor estocada es la que te sorprende. Y aunque esté desarmado, vencido y de capa caída, el esgrimista no se rinde, hasta al final deberá luchar a capa y espada. El verdadero esgrimista es el que toma decisiones por sí solo, y no le gusta que otros la tomen por ellos. Una parte mía quiere y siempre quiso ser audaz, ser valiente y jugarse, por eso me gustan las historias de los espadachines, porque se la juegan. Enfrentar mis miedos, mis inseguridades, luchar a capa y espada por lo que amo ¿sabés qué? En vez de atacar salgo corriendo, me escapo. A veces para realizar una hazaña hay que dejar caer la espada, no atacar ni defenderse.

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